miércoles, 18 de junio de 2008

jueves, 5 de junio de 2008

Cavidad

1


X,

polen de hipotenusas

flor del estiércol, estiércol de flor

poema,

gemido de etéreo tatuaje hurgador

que de miel y sangre untas el alter-universo.

Arrepentimientos

¡Arre, que me libero de mí!

el ruido aromático, la ausencia a capella.


¡Arre que a tu hoguera le urge el cosmos!

A la luz de la sombra

¡Ah! La luz de la sombra

Alá ¡luz de la sombra!


¡Arre

tu esquizofrenia,

tu disfraz de enciclopedia,

cabalga tu no cabalgar

sobre mí!











2





Nada, como un paraíso de agua,

como el sí y el no de la arquitectura aérea

de la oración:

Todo.


Adán nada en la líquida nada de la tierra sin cuerpo.

Surca la miel que la serpiente surte

en el papel de la manzana del mundo.


El árbol, centro y eje,

de tus nombres y de tus días,

te hace feliz

y sangrante,

como

Eva.


Nada Adán,

Adán todo,

la creación

resucita

en tu

desnudez.







3





Dime de la intoxicación en cada encuentro,

el devenir-abeja de la orquídea,

el devenir-orquídea de la abeja,

como un disparo del azar, la perversión y el escenario

resonando en la cavidad animal de la razón;

trance sin felicidad ni consuelo.

Un afuera de lo impensable

como en el centro visible del laberinto

la metamorfosis del propio laberinto indecible.

Las alas torpes del dardo humano

se despiden del suelo por el que vuelven a arrastrarse.

En mis partículas,

el universo se abalanza hacia la pregunta.





















4




Voz

de innúmeras vertientes,

distraída

frente a la solemnidad del pan práctico.


Voz

repartida en mi negra ceguera punzada por los astros.


Guisos de sangre en la hoguera de los escozores,

tu espíritu,

una sierra eléctrica,

una cabaña

en el escapista rincón de los paraísos.


La diaria monumentalidad de lo múltiple

extractada, urdida

en tu inmaculada alineación de detalles.


Gota de luz manchada de voces,

quebrada de nubes donde por la que caes al espacio interior,

Tiresias de dos sexos.


Voz.

Humano párpado, ilimitado patrón de bestias.







5




Al acecho de la pausa, miras tus manos.

Desconsolado,

tomas la esponja árida de la palabra.

Lavas ese color hasta que ya no es el tuyo,

lo lames como a tu libertad.

Ese color, su limpieza, se vuelve la de todas las manos.

Pronuncias la magnética despedida.

































6



Éxtasis, desesperación o indiferencia.

Los kilómetros por milímetros del verso agitan un dínamo de deseos.


En el litoral inicial de la alegría,

en el solar corazón con apagones,

en el fuego bautismal,

frente al flácido cerebro,

el lunes que amanece cada día abre su ajedrez metafísico.


Para mi torcedura de tiempo devoro el pájaro medicinal mientras canta.


Entre la oscuridad y la conciencia,

cae la realidad,

entre la realidad y el deseo,

cae la metáfora,

entre la metáfora y la soledad,

cae la metáfora sobre la metáfora.


Coágulo del cero dulce como el cloro,

luz de arena que se eleva,

amor de pus en la sombra,

sogas de lenguaje atraviesan la distancia,

una hemorragia de asociaciones ata la progenie de Pandora.

Instante ultravioleta.


La gula atómica de Dios amamanta su triángulo recién nacido.




7



Crece mi máscara en la rama verde como la nada,

calco los prodigios del esqueleto humano,

creo.

Mi hijo lee la Biblia bajo el neón,

haces sol,

sol antropófago.

La máscara crece cuando le hablo de la inminencia de su mordaza,

te hablo.

La trampa tendida por la especie abre un abismo de ebulliciones más subterráneo

que la manzana de mi sangre.

El hada arrancada del nervio tiende el espejo de lo ausente

y salta clarividente

hacia la clorofila del pan;

el sacrificio.


Escombros, viento.

Ardor vertical del héroe.


















8

El deseo

esculpe la visión
inagotable.

La resonancia, la metamorfosis,

el Sí.


Giro
en un sol sin centro,

invoco

los pozos intermitentes

del eco.


La cadena

entre el esclavo y el aire que se tiende,

me tiendo,

más allá.

Cuesta arriba

todo cabe en el sabor negro.

Irisado,

sediento de cuerdas,

me reparto como un árbol cargado de azúcar, de peces,

de voces.


El cuerpo como un sueño diurno,

el sueño como un cuerpo ajeno.


El sonido

enmascarado.
9




Dar, a medio viento,

la espalda a la percepción.

El onomatopéyico furor de las ideas trascendentes.

¿Elección?


La libertad tiene tantas otras ocupaciones como, por ejemplo,

escapársele a uno por entre las manos.





































10

La sangre cede

su bestia humana

al cielo

negro.


Cicatriz

de la civilización

que remueve sus honguitos de monóxido sobre el mártir con la lengua hundida

en el orificio de su picoteado hígado.


Radiante héroe atado al frágil trayecto de la

voz.


Ficción y furor;

el fuego,

tu gozo, tu catástrofe.


Una estalactita de pan

y de nunca

ahora se alarga,

flota

entre el primer grito y el definitivo silencio.


Todo

para la caricia letal apenas el lenguaje susurra.
Cuerpos caídos en el combate sin canto,

cuerpos secos de cuerdas, aplastados por el instante que otro instante refuta.


Y estos huesos idiotas para el vuelo

y los fósforos abstractos sin ciudad de madera.
11











La contagiosa habitación del amor

cuelga de la horca

y

del diamante.


En el vértigo

no hay

paz

librada de vírgenes placeres.


Bajo los glóbulos de la noche,

cuatro pies

descalzos

pliegan la cuerda floja

al

horizonte.

12


Las empalagosas uñas

escarban la espalda nocturna

de la página.

Ensayo la salida del calor humanoide, lo intento,

otro húmedo fracaso.

Cuerpo y alma

separados por el látigo gris de la neurona.

¿Dónde brota la explosión del nervio?


El pájaro aurora bebe mi sangre

su masa ausente no hace más que cantar

nocturno adentro.

Mi yo penúltimo deja la revolución

por el tumulto.


Mal de agua,

engaño del engaño,

nombre nombre nombre nombrE.


Tigre de temible simetría,

tu cónyuge silencio es el sueño del mundo

donde,

más allá de la vida,

amenaza

un amor

más allá del

amor.
13


Cabalgar un verso nuevo, con escudo o empuñadura,

ser, dulcemente, víctima o verdugo.


Jesús dona su sangre en el altar del hospital barroco,

Judas teme y tiembla.


Lograr el frenesí cotidiano.

En la tenue línea:

signos de una sobrenaturaleza.

































14








Se apresta

cuando

por todos los costados sustantivado

anda

con los adjetivos avergonzados

y los verbos quietos.

Sobre los huecos brillantes

de la aterradora

dicha,

a mordeduras,

desentierra la luz.

Música de espinas sin tics de reprensión,

etéreo vino hecho de Más.

Al fin ya echo de menos su nacimiento.
















15





Página tras víscera tras página sin hilvanar el alambre de mi voz,

voces que me habitan y regresan al vacío,

barro.


Camaleones domesticados en la línea repiten el color fe de las rodillas.


Papel, insaciables palillos chinos de la conciencia,

compré lechugas de papel

para una bonita ensalada de versos.


La carne terrestre desata la erupción vegetal bajo la muerte,

¿cuerpo-corteza

o

cuerpo-verdad?


Hormigón abajo

el alba

de nuevo.


















16





Desvanece en el desvarío,

sarcófago al sol,

como un destello de lo externo.


Una palabra es tan real como esa piedra.

Tan extraña.





































17






Toda estela habita su silencio

en el olvido sin desnudeces.

Las cuerdas del viento borracho

recorren la doble marcha de la cabeza.


¿Quién desnudará la salida de la Tierra?


Nací como un ojo secreto tras la cerradura del mundo

mirando un par de moscas atadas por un hilo de niebla,

verdad vencida y muerte lúcida,

sobre el estiércol de una ciudad desvanecida.




























18















Indeclinable

la voz de permanente suspiro,

en un perdigón de agua,

en una mejilla de claroscuro,

raíz y azar.


Cielo de un alarido

que es volumen, anhelo entrespuntado…

La pradera de irresolución

se mece

verde, ciega,

invencible.




































Fisura























19


Andamos por la calle empedrada

y silenciosa.

De nuestra piel,

desde el amanecer,

cuelga la piel que nos persigue.

Miramos atrás,

no hay nadie

pero alguien pisa las mismas

piedras,

alguien suspende el mismo

silencio.

Con los recuerdos de la noche amada, lentamente,

escapamos.

Acuarelas de uva,

astros de bolsillo;

cielo que no es azul es queja o es

abismo.

Sombra

anónima,

entre el pasado y el sueño

equidistante,

que cruza entre los dos

y nos rebasa.

Luego

renace.



En tus ojos

me dedico a Dios,

su compás de carne,

pero la oscuridad,

como la luna ausente sobre nuestra marea de sangre,

es la maternal opacidad que nos surca

y nos

reclama.
20




Afuera está la playa,

como la piel.

Pecho que esculpe el envés de un tatuaje de sal

ahora que la triste lluvia se clava en un par de anteojos

y deja atrás, en la sombra, la espuma solar

los amigos en la piscina parecen cosas vivientes.

Sordos de cerebro los niños imitan al anónimo heladero que no vende;

el frío.

No imagino el camino,

charcos indiferentes al furor de la sequía

o la ceniza simple de las visiones,

elevándose en espiral.

Oraciones y angustia que, al reverdecer el eco,

abren las piernas del arco iris hacia la vasta noche de mosquiteros y botellas.

Los poros callan en el asombro.

Los caracoles, puntos suspensivos en la arena enlodada,

giran en su propio eje inhumano

indiferentes a la vibración,

en medio de la humedad y el frío,

del nuevo corazón bajo la manga.

Color parto del amor que sueña con una orilla de ligereza y lágrimas;

ahora que el aleteo intruso de la luna amenaza el resplandor de las ollas,

el silencioso arroz de las madres empieza a saber extraño.



21

El monstruo,

gigante sin más cuerpo

que la aérea masa aplastada por el mito,

ha perdido su cabeza en manos de un joven rey.


El muchacho tiende sobre el vacío una cabeza más grande que su torso.

Frente al espejo, se anuncia el temblor que comienza en el arma

y recorre sonoro la columna hacia la fe.


El monstruo habitaba, alma errática,

las infames cabezas

de Goliat y Asterión.

Piedra tras piedra de plenitud encerrada

al comando del hambre.

Carne humana, crimen y aire,

ofrendadas al temor.


Si el rey lleva un hilo o una honda después del sacrificio,

conquistado por el ardid,

a componer salmos al más allá,

a cruzar el mar con los argonautas;

el héroe, estatua sobre la víctima,

mármol de la misma alma,

es arma que habita

los resueltos,

ágiles brazos de Teseo y David.


El mundo, arena de héroes y monstruos,

precisa un equilibrio de sangre.
22







Arrancados del útero africano,

más de cien esclavos

se hunden,

al abrigo frío de sus cadenas oxidadas,

en un mar lleno de fieras.


Sangre vertida en sal,

olas

que sofocan el final calor del corazón.


De la calma líquida del paisaje inglés

a la crueldad desaforada que busca la costa jamaiquina,

el barco

navega sobre la piel negra del agua,

como sobre un océano de pintura repudiada.


Un retazo azul,

arriba

o en el fondo,

ilumina la escena.
23







Trazos de sombra se apuran bajo los pájaros.

Mujer infinito que teje la desdicha en un párpado,

me anudas al cuello la soga de la risa,

me armo de rehén

y resucito.


Perfumado reptil de una celestial amazonía,

del asombro pende la campana eléctrica de tu esqueleto.


Tal vez el recuerdo

como un viaje puntiagudo

o ese pan de la prisa

esquiven los nombres

del minucioso amor.


La música suspensiva acompaña al asesino,

sin compasión,

la felicidad acecha.














24





En tu cuerpo moldean sus formas las palabras que espero

sentado en las caricias sin hora ni piel.

Etcetereando

hasta que cae la noche con sus flores mutiladas.

El opaco cristal de la carne en las ventanas. Como un cuerpo místico sin apremiante alma,

solo, multiplicado,

divago, me esculpo en la lluvia, suavemente me anuncio.
Pretextos suculentos anteriores al presagio.

El mundo impenetrable se parece al presente.































25




Cuando la noche sea un gato aparejado por tu voz

aunque irreversible el tiempo resbalará

como un poro sobre otro poro

hacia el profundo sino del sueño.

Las horas

quemarán como abrazos

en esa noche

de sentidos azorados.

En la plaza del ojo inquieto

cubrirá la oscuridad

tu himno de opio

que ya

lento,

perezoso,

como un antiguo crepúsculo

dejará su arpa en el augurio

y será

mi álgido

y cabal,

escultural secreto.









26

Tu alma cabizbaja deambula en un beso biodegradable,

nadie escribe aquí nombre ni apellido.

La llaga acurrucada en el paladar es la nueva madrugada,

esa idea parecida a dos,

tú,

todo, todo, todo,

salero repleto de mar,

verso tridimensional,

diosa enlatada;

el perro extraviado de la omnisciencia que escarba en los basureros

y encuentra un corazón que anda desnudo como una Venus,

suicidiopuntocom.

Entrecrucé tus melodías,

tú usaste mi cuerpo como armadura,

decaimiento espiritual

y un poco más de mantequilla en los bordes.

Tu proselitista belleza,

el ataúd de la tortuga,

saboreaste mi muerte

en nuestro otoño,

su péndulo de ausencia y hojas.

Un prólogo de estrellas

sobre los tímpanos de la ciudad,

éxodo al Edén;

eco.
27









Vocación sacerdotal

del agua

a la hora de

regar las orillas.


Amor,

instante

unido a la carne.


¿Blandir la infinitud?

¿Cruzar?


o la poesía,

criminal alimento,

sospecha

y disidencia.














28





La magnífica fotografía emplastica el alimento en un aura de nítido preciosismo.

La evocación suculenta pertenece, sin embargo, a la

palabra.


Aceite y fuego sobre la mesa, lugar geométrico de la conversación.

La palabra relevada de función se vuelve

gozo.

































29





La ciencia

no

exploró el mundo

sino la

mirada.


Abstracción,

homicida del tacto.


El célebre anciano se acomodó en el

microscopio

para

ver

la triste membrana

de su propio

ojo

anónimo.


Ahora recuerda el jardín de su juventud,

la muchacha que le ofrece una aurora.











30









Qué hilos-muros

me obligan y me frenan.


Qué horas venenosas encarnas,

qué tu voz

qué

tu orquesta de enigmas.


Qué azul suite te enluta

en mi memoria.


Qué sombras verdes atas a tu cintura.

Qué dispersa muerte.


La cordura rebana tu rastro en la bandada de estorbos,

el universo me ofrece su espejo ambivalente.


¿Encerrarás en la jaula de bestias al encierro?

¿Subirá la pólvora, una y otra vez, por tu piel a florecer?











31








Intento recordarme, cifrarme cabal y exacto pero sólo es posible disponer

una palabra después de otra. Sólo el pobre gusano precursor de los veinte años

que amanece entre mis pulgares. Intercambiamos brazos y piernas,

la tinta anémica de nuestros cuadernos se escapa

mano a mano.

Fin del cáustico conteo del reloj en el collage de espectros de una fotografía.

Sobre la mesa del pasado papas y poemas consumidos como ceniza de un Hiroshima de papel.

Ventrílocuo de mí mismo,

la marea del verso hace y deshace mi apócrifo reflejo.
32


Anhelo más que hombre, universo siempre en víspera,

cada comienzo es otra variante del fracaso.

Obediente como una coma, dedicado a desenmarañar la autopsia que precede al acorde,

una abeja ensordecida por su zumbido,

recojo en bolsas de té la sangre de la ciudad asesinada.

Hambre de memoria y sed de helado olvido.

El músculo luce su toga de piel, noble travesaño de la plenitud en la cárcel estrecha

del encéfalo. Allá, los niños cantando como un cuervo que sale debajo de la lengua

a escarbar los ojos adultos, los niños que sudan música en un exilio de introversiones.

El Dr. Dios, pequeño como la URSS, no te ha obsequiado el don de leer

con los cinco sentidos,

amasas tu itinerario de sombras,

la superficie del escupitajo en el espejo te devuelve tu ira y tu rostro,

calma, calla

corazón-aforismo
¿puedes escribir en el agua?

Mi memoria decorada de instantes al calor del invernadero, un milímetro de la vida

en una ciudad centesimal, cabeza con “R” de retro en lugar de corona,

el amanecer persigue al amor sintético segmentando apetitos en números sin dedos.

Una cruz de libros bajo mi lámpara cantora,

la infancia sobre el pastel vudú de la borrosa felicidad,

no hay deidad que ascienda junto al devoto sin combustión,

el universo duerme su larga siesta, llueve la nieve de caspa humana,

acaricio el cadáver del deshielo.



33






A brazadas de beso, entre la mañana y la alfombra,

soltaré las fieras que deambulan, lentas como cielos,

para que te devoren.

Costillas suaves como el talón de la multitud, senos de yodo para sus colmillos impuros,

las fieras aprovecharán tu colesterol criado en el metal de la parrilla,

zoológico de las bestias domesticadas en el emperador del hambre.

Más tarde el silencio en ese corazón espectral será agua en los abrevaderos de la carne.
34

Columnas de hueso en la página de la piel,

en tu cuerpo leo la letra imprecisa del alma.

Ni la carne es del hombre

ni el alma, de Dios;

no hay deidad que bajo la axila no oriente su querencia

hacia el deseo.


¡Dispersión eléctrica de mi piel!

En tu sueño, enrevesada memoria de los sentidos,

me lanzo abismado hacia el gozo

y se aviva más la llama violeta que juguetea en mi frente.


Hablar patas arriba con los peces.

Caer al porvenir,

bajo y sobre el agua,

la violencia que te evoca.


Reino de juventud que ilumina el tendón

como una fiesta entre semana, fugaz y alegre.


Tu piel borrosa

es la sorpresa del rapto que sufre la carne en la fritura.


Víctima de una cabeza que bucea

en la gravedad inaudita del placer.


Quieto en la cama

por una interior eternidad,

un único bostezo

de ebriedad.
35

Caída libre del holograma cautivo

sobre la idioteca de la ciudad,

adormecido esplendor de la primavera incrustada

en las rojas extremidades de las catedrales.


Cabalgar de la necesidad al desasosiego

bajo la ajena noche,

sobre la joroba de la cordillera,

parejas utópicas a las fugaces puertas de Eldorado,

la soledad entrecortada

frente a los ojos de cáncer y de vino

de una deidad de madera.

Aves del strip-tease entristecidas entre la luz despótica

bajo las patas de los caballos,

pecadores desdoblados en confesores,

hombres etcétera atados por las pesadillas simultáneas.

El vértigo horizontal del desierto atraviesa la avenida.

Hojarasca de sensaciones.


La muchedumbre se sumerge en el tiempo como en lo que no posee.

La herida que disfruta de mí como un borrador de atardeceres venideros.
36





Cuando el cuarto frío, como un loro desplumado, es un pretexto para no escribir.

Cuando la boca se abre, rosada como revés de naipe, y eliges el sueño en vez de la misión.

Cuando se pierde la ansiedad tiránica de controlar hasta el último modelo del vigor.

En un instante caído del tiempo. Alicaído como un kilogramo de pulpo congelado.

En la barata biografía de la paz.


Aplastar la fábrica de sombra entre el índice y el pulgar.

Devolverle su vacío edénico al instante.































37

Canten sus olores

mayonesa, olla de perro, colosal pierna de pavo,

que, en este ínfimo cuerpo,

recorro las calles que serán al fin suyas.


Famélica, rabiosa hambre

embútete de la sangre que se vuelve cielo.

Ansía ese baño interior

como el del sueño.


Menú fiel al hálito,

de la suculencia al excremento,

ingestión

o vómito

de los incendiados, mojados

cuerpos que ávidos se miran al comer.


Duración sin orgasmo

de lo fugitivo;

canta, platónico plato,

a las sierras,

filtros de mi boca ruin.


No se juzga el deseo sin necesidad,

la perversión del hambre

como se juzga la del sexo.

No hay concepción visible en el uterino paladar.


Afrodisíaca castidad de los estómagos.


38

Desgarro del ojo

enraizado en parajes escasos de acordes.


Miro el ovillo de las nubes,

el señuelo que unta de blanco

el cielo excomulgado de

tacto.


Vidrio o espejo

este % de cerebro

al que ni la luz ni el miedo le vasta

para evitar irse y languidecer de cobras

en la victoria del

viento.


Cómo descifrarse

o quemar la pantomima,

desunirse

como la nube-puño que bosteza y se despereza hasta enramarse en palma.

Tal vez sin la fanfarria de la vigilia

cuando ya no sea yunque silencioso el espasmo.

Tal vez entonces la nube me lleve de la mano de su sangre

y pueda

palmotear las cabezas fuera de sus órbitas inseguras

sin palmas, sin mí

sin alma, sin fin

sin

palma.
39

Pleno de fauces, radiar de abracadabra como la luz del sílex,

en la maleza de tus reinos altivos,

mi roca pendiente te toma a garras y almíbar.

Naturaleza,

violenta dulcedumbre, explosión de las esferas,

tu rayo de salvaciones se enciende sin afable luz.


Sufro en tiniebla, sin que escuches el helarse de tu pasaje,

arrestando torsos sirguiadores como una arboleda de ceniza,

estigmas de violenta eternidad en tus incendios cuadrúpedos o de quietud disimulada;

mi jornada se sofoca entre la miasma de tu vientre.


Agonía que hincha de vida a los acróbatas de altura omisa e inercia sumisa,

consumes los parajes del rostro de llagas,

la invasión de la luz entre las espinas,

el suelo enjuto y

el dédalo de alma presente y vaga

¡qué vague ya, de macizos soles lamida!


Y más sordas indagaciones

desenvueltas en las nerviosas aberturas que nievan de nuestra hirviente sangre,

como los ojos cerrados del sino que surca al susurro del río,

el breve refriego del habla.


Yema que espera el limbo de la pletórica

bruma blanca sin reputada lascivia.

Yema, mi yema,

ausente vorágine de amor sepulturero, presente como danza sagrada,

ahora que esperamos y sucumbimos,

rogando a las bizcas eternidades,

recibamos nuestras espaldas,

las tímidas almejas, el Uno,

el verde rumor del abrazo de los umbrales

que me

enhebre a tus melenas…
males…
pluma…

vacío
































y

pleno.


40




Tú y yo, alma mía, somos el anfibio sin cadáver.

Cruza el puente hacia mí que te espero aquí contigo.

En mis manos y en los pies, los agujeros de las balas

dibujan nuestra cruz de agua y aire.

Salta como cuando me enseñaste a amar,

sobre nuestras hermanas hormigas,

bajo la garganta de ave de los árboles.

Ni cuerdas, ni líneas; el argumento es total:

huérfano Dios, hijo mío,

repite nuestra unión.



























41









Una eterna corrección de facciones

persigue la apariencia.


Nutre la sabia mineral que sale de la nada.

Brota en el silencio como lo más hermoso.

Ama el vientre encuadrado en un koan,

su cráter

de aquí y ahora.


El mundo es el espacio en blanco entre tus cejas.

La noche eterna cabe en un ojo.


Suelta tu prisma,

tu anfibio

es lo que no es.


Un dolor

paradisíaco

(tampoco).

42









Toca

el instante,

su acertijo

de

agua.


No,

no el reloj

ni sus manecillas,

guillotinas

del color

del tiempo.


Desgrana el tacto sagrado,

mordisquea

tu

color.
43







Sobre la ola tumba el afán centrífugo de las aves parece una melodía

incompleta.

Alelado esplendor de un puñado de agua que rebasa el horizonte,

un fragmento azul que el hombre, ciego en su fervor de cielo, toma por total.

Opaca muerte que esconde el verde pálpito del otro lado del tiempo.


Desgarradora, imaginaria muerte que navega los ácidos rumores de la sangre.

El bípedo canto de la elegía pregunta por el demonio que creó, a la vez,

el amor y la muerte.

Tiernas mujeres tienden una sábana infernal a la memoria llena de piedra.

Los nombres, sin exclamaciones, son devueltos a su pasado de tierra.


La ola se rompe en infinita dispersión de reflejos.

44

¿Dónde se esconde

tu

corazón vicioso?


Sombra

continental,

como la noche,


la oscuridad de las horas es

un molino generoso para tus caricias.

La otra facción de la tormenta.


El peso, un ardor en la caja de vísceras

que sigue al delta azul de los pezones.

Mi mirada,

más tumulto que reposo.


Envuelve tu esqueleto

en aluminio,

corrige la aurora

con el tornillo de tu cabeza.


Podemos escapar hacia la lava de otro ocaso

y conquistar el mundo

convocando el don.


¿Cara o cruz?






















Uno




















45

Blanca inquietud zebrada en alfabeto,

lumbre o lágrima del hipócrita lector

que,

al descender al papel,

incrédulo

se encuentra con su doble

hermano de Lomismo.


Dios cae desde el Uno

a la temblorosa multiplicidad del mundo;

árboles de ego,

Avatar.


Empalagosos sándwiches de belleza

y románticas noticias de guerra

hacen del encuentro fugaz

una mutilación con labios.


El hombre

y la piedra

se hermanan por la hendidura de la metáfora

cuando

ni la piedra es ya piedra

ni el hombre, hombre

¿cuándo?


Las agujas atraviesan la hoja

de un verso

vudú.

46

Imagino el orillarse de las caricias

bajo la pinza de luz que señala las escamas del río.

Podrías vivir conmigo y probar nuevos placeres,

con anzuelos de plata viajaríamos hacia cauces de cristal

cruzando los sucesivos puentes tendidos al cuerpo,

líneas de seda que despiden sus horizontes sobre la orilla dorada.


Terco temblor en el sueño que me embriaga,

tu mirada abrigaría el río más que el sol

y los peces abrirían sílabas de amor en dos,

sacrificio de alta mar.


Rastreo tu nebuloso corazón en mi boca,

liviana como la sed y tan perversa

tu sombra mechada por la felicidad

es fracción de sol.


Tal vez te bañarías desnuda al acecho de los peces,

viscosas aves felices de que seas su anzuelo,

baño de vida más interior que el alimento.

Mi mirada húmeda te buscaría en las espinas

que deja tu ávida boca llena de eco.


Blanca realidad que te oculta,

yo te busco en la resonancia

cuando las puntas de tus pies te elevan

hacia el arpa que vibra sobre tus hombros.



Y si ocultas tu desabrigada redondez

de las esferas del cielo,

a ambas ocultarías en mi corazón solar

si le es dado ver.


No imagino

el exilio discontinuo de un pez anfibio,

mis intermitentes soledades

atravesadas por la aguja del anzuelo que te teje.


Que la ciudad se aleje en caballo

con su ancestral lanza

hacia más batallas tristes,

que los pescadores anden sobre el agua

con ásperas redes en las manos,

que el pobre pez hechizado caiga en la trampa.


Pero esas no son tus astucias,

tú eres tu propio anzuelo,

cebo magnético del contrapunto

entre un pez y una mujer.


Y si hay un pez que no logras atrapar,

ese leve pálpito que cae bajo la línea del agua,

mucho más hábil y astuto que los hombres,

se aleja de tu punzante plenitud.






47

Algún recuerdo que zarpa hacia algún puerto inventado,

iridiscencia del sueño,

tensión y distensión de un mundo extinto.

Mi descenso es el reverso de la desesperanza.

Ilusión, teatro.

Naves,

cucharas,

aves,

golpes,

naves.

El doble tambor del corazón aviva los siete mares

de la consumación,

del renacer,

la iniciación.


Whitman, con su barba repleta de mariposas,

te ama

como un pene de hielo en un vaso de agua. Y armado,

cantas apuntando la voz hacia la estela de la infancia.


Vastedad de las luces en cada una de las esferas celestes

y,

sobre la línea del agua,

mi alma cocida al talón que condena la insospechada singladura

a la arrogancia de la cifra.


Fuimos niños juntos en las puntas vecinas de un mismo sostén.

Plenos, fantasmagóricos,

tomados de la mano como las estelas del cosmos.

Alzas tu alma desde el antiguo puerto que a lo lejos ansío, estiras la nuca y

desciendes otra vez.

Tembloroso, fugitivo fantasma que te escondes en la caricia del fusil,

como en ti mismo,

como en mí.

Háblame del sur del tiempo,

de las horas que pasan como el agua del sueño,

de la usura en el pedigrí de nuestro simio común.

Háblame, que cuando callas sostienes el arma con el odio de la esperanza;

ya se abre tu azarosa voz cargada de mí.


Alguna ventana abierta al perfume, una puerta tocada por algún azar empuñado,

en la corteza de la mineral memoria sin reposo, con la soltura de un viaje en boomerang,

las íntimas rivalidades del primer desayuno. Ahora, en el ágil desierto del agua,

no hay senos más auspiciosos que el retorno.


Nuestra casa estaba repleta de pájaros, fugitivas aves sobre la redonda sílaba del pozo surcado

por las velas de papel.

El padre multiplicaba los cuatro ases del pan y la madre

repartía su huérfana felicidad en un cántaro sin fin.

Ahora sueño que el patio es una hilera de fósforos cargados por hormigas,

hay una gran piedra sobre la gran celda rubí.


Alguna punzada de la memoria atiende al ávido recuerdo que consulta la bruja amarga del café.

El ancestro,
fusión de fantasmas, fisión de formas.


Las tramas se deshacen, se repiten.

Aquí cae el telón como un ancla.

48












Julio está amarrado a los árboles,

una sonrisa sin destino flota en el aire,

el tiempo se aburre,

memorizas tu tipo de sangre.

El humo reverdece bajo el vuelo azucarado de la felicidad.


Hace sol de bicicleta,

la embriaguez de tu pecho te cambia de color,

un ángulo azul se abre

entre tu pierna y un carrito de hot-dogs.


El animal polifónico te entrega un paisaje en blanco.


















49











El pájaro evasivo, telúrico rombo de luz,
tiembla sigiloso en el árbol que trepa por las pupilas,

misa de pluma que se eleva con la frutal paciencia del jardín original.


Es inmediato:

Una pequeña escopeta,

un corcoveo,

tos del acero.

La sangre de pájaro, las huracanadas plumas

de la caída

dibujan el rombo rojo que rodean los niños.


La mancha azul del cielo gira sobre los velos verdes de la tierra.

















50












Mal pájaro mendigo,

en este retazo de puente miravalles.

Miro, recuerdo

¿o es metamorfosis?

La altura,

curiosa

abundancia de mis huesos.

Confusa la intriga de tardar, NADAr, vivir.

Y, por ejemplo, sin ideas ni cuerpo,

me iría hacia los dedos como una desconocida línea de la mano;

o tan tan lejos

que, al dar un paso,

llegaría.
















51











Miraba el teléfono,

la última gota de su voz

caía espesa sobre la mesa desgastada por las lágrimas.

Recordaba la mirada cero kilómetros,

las heroicas ruedas de plata vibrando sobre el campo abierto.

Atropellábamos venados, profetas, mujeres embarazadas;

todos los que amábamos cruzaban agitados.

De repente, en mitad del viento, tiré mi ingenuo trébol por la ventana.

Para la hora en que me arrepentí,

por el retrovisor se elevaba ciego un árbol de finos tentáculos.

Yo recogía sus frutos de fuego y regaba sus raíces azules

pero ella arrancó

y desnudo marqué la X de mi tesoro.















52











Combato la arrogancia del poema,

incauto alcohol de las ideas,

atrevimiento de un yo nunca revelado cuando algo dice “yo”.


Nadie comprenderá ni el objeto más pequeño del mundo

(sobre todo el objeto más pequeño)

¿cantar o contar?

¿arte o sacerdocio?


La vibración que hunde una ofrenda.

Un acento.

53














El monumento erigido a los ciegos,

quizá por invisible,

tiene una rara

belleza,

ascendente y pura.


Su cuerpo,

mal poema cuatro ojos,

es aún más hermoso.

El ciego Dios

ni lo

mira

ni lo toca.














54









Simio de éter que pide prolongarse en el vinagre del ojo,

el cuerpo de lo amado,

anticuerpo del universo.



































55









Remojas tu mente

en el café

y te la comes,

como un crocante microchip.


Un poema bailable resuena en tu estómago,

le quitas los granos molidos,

la métrica.


El dolor busca el fin, el gozo,

la profunda

eternidad.


Bailas como la bestia barroca del cosmos.

Nunca lo escribiste.

















56








Entro al quirófano.

¿Olvidar lo que aún no es?


Extrajeron un útero,

luego un bebé,

su grito retrasado del que pende la vida.

Un par de risas mientras la sutura

espolvoreaba higiene

sobre un mal cuerpo.


Por la noche

oí un raro,

vigoroso grito,

en un antiguo poema.


En medio de la escritura,

parí un silencioso desierto.

Demoré mi primer grito.
57

Así como una vejiga llena de cortesía

se sienta a la mesa de los familiares,

nostálgica pensando que nunca más

le quedarán pequeños los zapatos,

y el padre olvida la incisión pulmonar del cigarro,

gente, piel de oveja trasquilada,

ríe irreversible mientras

cruza por el ventanal del comedor.

El reino colgado de las águilas

se mueve en sus cabezas

llenas de preciosas chucherías chinas,

ángeles caídos que encontraron

el paraíso en el cuerpo.

Uno se agacha para recoger

el raro dolor que se cayó

de su mirada.

Otra arrastra un carrito de bebé

lleno de gatos.

Aquel

se descuartiza

frente a una niña que aplaude.

Llega la sopa;

y la sal,

como los subtítulos de una película extranjera,

se demora un momento en el paladar

aunque la escena, sin happy ending,

se deshaga.
58











Hacer con tus huesos

(de preferencia la caja torácica)

una mesita de té.

Haría fiestas, pequeñas fiestas,

en el hueco de tu corazón.






























59











Dentro del ataúd desenterrado un ligero rayo enceguece al gusano.

La sombra ha reemplazado a la testaruda nuez del cerebro.

El corazón,

polvo desencantado que se eleva con el giro de las águilas

para luego caer,

sin eco, sin pasión,

sobre un cráneo de utilería.

Por la noche se estrena Hamlet.

























60










Amor esquizoide,

un par de libras de metáforas. Cómo no aferrarse a él,

la ancha espalda enraizada profundamente en la raíz de cartílago de las flores.

Resplandece

el oído del apresurado caminante que se detiene para escuchar

un pájaro,

su mínimo latido

bajo

la

pluma.





















61











La chica da alaridos dentro del puño electromecánico,

ahora los cascos de policía vuelan ennegrecidos frente a los restaurantes del segundo piso

y de los herrumbrados tanques de guerra ya sólo queda el humo.


Los enormes robots caídos del cielo (el Apocalipsis se escribe en globitos de cómic)

echan fuego azul a la panza de los helicópteros.

El triste King-Kong sin pelo pestilente ni más gruñido que sus quejas de óxido

ha aplastado sin querer a su rubia doncella.


Largas lágrimas de láser deshacen la hilera de coníferas.























62










¿Existe la apajarada sombra

que

nace de tu hombro

y bebe más sombra entre tus pechos?


¿La

estoy

imaginando?


¿Sólo yo te

veo,

nido de aves de sombra?


Añeja niña

que nació conmigo

de la costilla de la misma oscuridad


¿me ves?











63









Poco a poco se apaga,

dijo. Prometiste seguir siendo mi amigo

¿verdad?

El sábado me di cuenta de que me gustan más de lo que pensaba.

Ella se acercó a la barra, como un desliz, para pedir un vodka. Yo esperé para ver su lengua.

Hablamos y no podía dejar de mirarla, me absorbió su forma de estar nerviosa, su cuerpo.

Alta, no te voy a decir más.

La mejor manera de sacarte de mi vida.

Seguramente saldremos pronto aunque tenga novio, a lo mejor celoso; lo arreglaremos.

Bailamos juntas un ratito y me gustó mucho más. Su cuerpo, un reflejo del mío pero iluminado

por el alcohol.

No te creo,

dije,

antes de acariciar el árbol azul de su mano.















64











Esta mañana, mientras mordía una manzana,

mis gatas jugaban con un pequeño sapo.

Más tarde, en la fragancia de la sombra,

encontré un nuevo y húmedo corazón.

¡Enanísimo!

Un dulce vértigo atravesó mi sangre.




























65










Bajo el edificio,

orín en los ladrillos que encuadran el muro,

espero que baje un cuerpo lleno de

risas.

Sale

con un terrible aparato

sobre la tierra.


El Eros narrado es distinto de

Eros.


Calibrando la silenciosa madre del pecho registra mis primeros latidos.




















66












Alguno

es una larga vía pavimentada,

otros poetas

vibran como espigas en un campo encendido.


Unido a la incertidumbre

Blancanieves crece en el espejo.


Un corazón de vaca,

una manzana envenenada

harían el trabajo.




















67




Pretendiente de la verdad, pretendida

verdad

que no tiene dónde

ni cuándo.


Pretendiente, precursor

del precursor,

pre-

pretendiente,


en la oscuridad,

pues premeditadamente has huido de las abrasadoras miradas

del sol,

recoges tu corazón lleno de rocío, tu corazón ardiente de mentiras

y te entierras en el jardín.


Al día siguiente

floreces

duro de oído como un poema;


pétalos multicolores

que como la desdicha

no esperan sino

el frío,

una mirada.



68









Sudo insecticida

esto no es un aguijón de visiones,

es para ti,

es mugre,

una mortal liposucción para mi propio parásito.

Sudo ácido,

amor, ácido.


No el chiste,

no el lenguaje,

el acto fallido es

el hombre


Tempestuoso

el lobo gris,

órbita de los insectos

sopla y sopla,

de nuevo.










69








Dentro del cosmos negro de la botella

se desplazan

burbujeantes

alas,

patas

y pechugas.


No los pulmones

ni los intestinos,

no los picos

ni las secreciones.


Es imperaTiVo.

Tendrás que comprar la Coca-Cola

y revisar si al menos tiene dentro las presas de pollo.
















70





Sus alas negras se batían sobre un cuerpo de chanchito sonriente,

esa tímida alcancía abultada con tres caballos de sangre,

que rastreaba el pinzón obsceno del orgasmo.

Si el cuerpo es un momento de la realidad Ella es la realidad que escupe, lejos,

el momento,

se dijo el mendigo de big-bangs mientras veía cómo ella bañaba sus largas alas negras.

Un poste eléctrico se hace triste ahora que tu software elegíaco lo mira a través de la ventana.

A veces eres infinitamente feliz.

Estás en coma soñando con una mujer que lava sus alas de cuervo y águila en una ducha

de agua perfecta.

El karaoke de la grandilocuencia cayó en el abismo, como tu furor.

A veces eres el personal de carga de un laberinto sin deseos,

miras la carne escondiéndose para llorar como una tuerca,

Dios te endosó su divina cédula para que inventes un número desnudo

y el stock de hélices se agota ante un pezón desdibujado en la pared.

Pero ahora, feliz, sangrante,

no hay marcha atrás para un corazón lanzado, como la primera piedra,

hacia tu propio nombre dibujado en la puerta.

Último sol nocturno antes del picoteo de la lluvia.

Su mano, inevitable chasquido de destinos, es un arca de Noé que te lleva de la mano.

De repente miras sus alas, sucias de ti, en medio del oscuro fondo de mochila de la noche,

tú hígado ausente vuelve a crecer durante el día.




71





Caricia delicada, casi embrionaria,

Besos irrefrenables y violentos,


Deseo;


Pasión brutal, irracional,

Salvaje disección en vida,

Morbo y depravación de dos cuerpos perfectos,


Obscenidad;


Laceraciones en la piel,

Sacudidas rítmicas y profundas,

Placer y dolor mucho más adentro de lo que se podía imaginar,

Perversión;

Humedad desbordante en un infinito regadío,


Fusión explosiva.








Soledad.




72






Al borde del disparo,

con un suelo cada vez más lejano y más próximo,

la víctima olvidó las amarillas sonrisas del pasado.

La vacilación preliminar, el acomodamiento de la máquina

coincidieron con la rígida pose ensayada en la imaginación.

Su sombra en la pared del fondo, inexpresiva como un reloj,

indicó que el medio día había pasado.

El insomnio le había regalado diferentes escenas del fin.

De repente,

ante el derramamiento de la sombra creada por el flash en el muro a sus espaldas,

pensó en la sangre que regaría el fusilamiento al siguiente día.
























73









Se ve al héroe tumbado sobre el pecho del mundo,

una cabeza aislada por la sorda paz.

La honda no es más simple que el revolver ni menos sabia que el arte.

Un enano expulsado del circo,

el bufón de Verlaine.

Y uno casi se alegra de que haya muerto,

de que como un perro atropellado haga llorar a las niñas,

porque el poema está saliendo (sobre todo triste).

Pero si todos ven ese cuerpo de trébol que ya no existe,

tomando sus propias lágrimas en la cerveza

y las ancianas riendo
y los niños avergonzados con narices de payaso

y el héroe saliendo de esa cáscara enana hacia el universo.

Es quizá porque al momento de disparar

el acróbata,

la culpa,

el relato,

ordenan la señal persistente.
74

A veces sueño que subimos a lo alto de la montaña que domina la ciudad.

Trepamos como si las ruinas no fueran suficientes para contemplar la incontinencia del sol.

Y la ciudad es un gris pescado buscando la perdida burbuja del aliento.

Abajo, los hombres son tristes hormigas que pasean sus corbatas,

héroes que afilan sus espadas en el aguardiente,

alumnos del instante que se entierran con la pala de los besos.

En la subida, las rutas divergentes nos hacen elegir entre la pesadilla o la disgregación.


Sueño que el Pichincha es una lápida, piedra desbocada en las alturas,

y, nosotros, un par de amigos y yo, las letras ascendentes de un epitafio vegetal.

El falo de la independencia, una costilla de los Andes, bajo la humedad femenina;

esas campanas de niebla que resuenan alrededor de los termómetros en cruz de los templos.


Y a veces sueño que la ciudad, alargada epopeya de un suspiro desconchado,

bebe las lágrimas de los parabrisas en sus pájaros solitarios,

allá abajo, los cubos de cielo violan las ventanas con su maquillaje de absoluto,

las piernas del volcán taconean sobre el corazón agitado del turista.


De nuevo subimos por un camino innombrable persiguiendo el vértigo o la insolación.

Montados en una llama de otro planeta,

llama del color de un ombligo sin mundo.

Nuestra llama es un motor de grúa que nos mira a los ojos y reclama, alérgica a las estrellas,

un poco más de asombro y de aceite.


En la altura, cuando los amigos, esas extremidades de mi organismo, a tiempo se desvanecen,

las antenas señalan el remoto sueño del poeta.

Las agujas agudas de un trago de agua helada atraviesan el cráneo

como el fetiche de la ascensión…
inútil, magnético.
75











La isla,

como una luna marina,

suspira.


Playas de talco han esperado por años la llegada del Fenicio.


Sus huesos

tragados

por el remolino.


Ni noticias

ni resurrección.


El seno anciano

se acostumbra

a tomar el silencioso sol,

grito de gaviotas,

sobre la tumba del agua.










76

Donde una vez empapelabas tu sombra bajo dos soles que se eclipsan,

sin consentirlo cultivas la noche en tu cuerpo que regurgito,

donde una vez rodeamos de fuego a nuestro alacrán suicida,

se ennegrece el horizonte infectado de visiones bajo la caricia de la serpiente

que nos devoró; Eva y Adán.


Donde una vez mordidos por los pájaros bajamos, con dagas en las manos,

a desperdigar nuestra sangre, suero de los espectros;

la luz venenosa llueve amarga bajo el mismo cielo del cuerpo eléctrico y el oro petulante,

el demiurgo levanta su estatua, honor que chorrea por su bigote macho;

donde una vez zarpaban las voces sin descifrar nuestra desperdigada intriga de ceniza.


Musas cuadradas que se dejaban habitar como rebanadas de agua,

incendiado de lunas permanezco anónimo intercambiando tiempo por islas;

costa-sangre, erosionado sueño, postales de la envidia, olas que agonizan en tus piernas

abismales.


Donde una vez devoramos bistecs de hambre y rabiosa me besaste el cerebro,

cantamos obesos por unas monedas, unas migajas de Ser,

uvas de vacío en el espesor de la tinta de vapor;

donde una vez se hamacaba una osamenta de significados y los malos ratos de la llama desnuda

recuperaban la vista como un abecedario de imágenes.


Donde tal vez nos disfrazamos de plenitud,

el cuerpo, una vez, la esquina de un Cristo de agua; el lindero se abre

a la lluvia horizontal del fracaso, el muro de la sensación, morse del templo de Salomón.

Donde una vez se marchitaba la sangre, desamparado furor de los tejidos de la garganta,

la lógica atonal de un papel, alma verde que perdió el oxígeno, los peces se hacen

niebla en la infancia inconclusa, nudo telúrico, siglos estimados en toneladas.

Seca como un pulmón de sombra, te agachas para esquivar el pensamiento:

habrá mentes como burdeles de rosas negras, sombras fértiles que se esconden en el fuego,

aspirarás las flores invisibles de una máquina, húmeda inocencia,

en el monóxido de carbono se encontrará la deidad que favorecerá los genes;

donde una vez el eremita cabeceaba el cielo líquido tendrás semillas muertas

y nacerás, frente al ronroneo tácito de un televisor, preñada de muerte.